sábado, noviembre 25, 2006

Middlesex


Ajeno hasta hace poco a la cultura bloguera, y reconociéndome un poco perezoso y sobre todo lento en mis lecturas, pienso que no estaría de más de vez en cuando haceros partícipes de nuestras filias y fobias literarias, en parte porque lo considero una pequeña carencia del mundo blog, en parte porque tanto mis filias como mis fobias suelen ser exarcebadas y necesito hacer al mundo partícipe de las mismas por si pudiesen sentirse reflejados de una u otra manera. Vaya por delante que me resulta más complicado elaborar una crítica o una reflexión sobre un libro que sobre una película, probablemente porque el cine resulta más inmediato, más sensorial si me permitís la cursilería, y te permite recordar más detalles por lo reducido de su duración. De todos modos, bastantes de mis películas preferidas no son sino guiones adaptados (de obras teatrales o de novelas) con lo cual no puedo renegar de los libros por antigualla que parezcan.

Con todo esta introducción no he pretendido aburrir al personal ni pecar de petardismo cultural, pero si lo he hecho habérosla saltado, ¿no?

Ya sin más preámbulos me voy a referir hoy al último libro que he leído, una novela que a veces juega al despiste intentando parecerse a las de antes (división interna en libros, títulos rimbombantes de capítulos, tocho considerable, historia de varias generaciones, etc…) para rebelarse como un artefacto bastante más sofisticado de lo que aparentaba. Es un premio Pulitzer que se llama Middlesex y fue escrito por Jeffrey Eugenides. Pero os voy a contar cómo me dio por leerla, yo, superfan de Jacqueline Susann.

Hace ya unos cinco o seis años, cuando pasaba un verano algo descocado en Londres, un día de lluvia de agosto decidí ir al centro a ver una peli en uno de esos cines londinenses vacíos y carísimos que abundan por allí. Había leído en el Time Out la crítica a Las Vírgenes Suicidas, opera prima de Sophia Coppola, y en vista de las mismas me dije “Hay que verla”. No me equivoqué. Presentaba, siempre con una estética entre naif y preciosista, la historia de cuatro (¿o eran cinco?) hermanas que poco a poco iban muriendo en el seno de una familia aburguesada pero “progre” de la California de los 70. Me costaba enterarme de lo que decían los personajes porque mi inglés estaba en estado larvario por aquel entonces, y sin embargo, conecté totalmente con el universo visual de la peli y con el juego de sugerencias y de adolescentes en plena transición entre la luz y las tinieblas. Me resultó contagiosa y pronto supe que se había basado en un libro de Eugenides, nombre que no olvidé.

Cuatro años después, en un giro insospechado, conocí a una compañera de trabajo cuyo novio compartía agente literario con el tal Eugenides éste, y esto ya fue lo más. Yo, para hacerme el interesante (con gente así nunca está de más) grité “Sí, el autor de The Virgen Suicides, por supuesto que lo conozco, claro, claro….” como si comiese en mi casa de viernes en viernes. Al poco tiempo éste chico recibía el Pulitzer por su nueva novela, llamada Middlesex, y aquí ya no puede frenarme, me conecté a Amazon y me hice con ella.

El título es inmejorable (Middlesex se refiere a la dualidad sexual del protagonista así como al nombre de la casa que ocupa su familia durante largo tiempo) pero el diseño de la portada resulta decepcionante. Después, si forramos el libro con algo más decente que el bulbo mal pintado ese y leemos, descubrimos que con un arranque correcto pero un poco manido, nos introduce en la vida de unos hermanos (chico y chica) griegos que discurre sin mayores problemas por el Monte Olimpo a principios del siglo XX hasta que se produce la invasión turca y deben huir desesperados a la tierra prometida, o sea, América (se entiende del Norte, o sea USA) en una travesía marina muy especial. Ellos son el germen de una nueva familia una vez establecidos allí, y Eugenides nos relata su integración en la sociedad americana, su estancia en el Detroit prometedor de Henry Ford y luego degradado por las revueltas de la minoría negra, la transformación de un país por la aparición de los inmigrantes, la evolución de las costumbres sociales desde un férreo puritanismo hacia una libertad cada vez mayor, pero sobre todo ello, la odisea de un gen que provoca hermafroditismo y una explicación doble al mismo: un origen biológico (consanguinidad, poblaciones concretas de Grecia y Turquía portaban ese gen) y un origen supersticioso del mismo (los hermanos originales del principio de la historia, piedra angular de las tres generaciones retratadas en la ficción, cometen un pecado cuya penitencia llega con ese hermafroditismo mucho después).

Obviamente, la novela se enmarca dentro de la tradición actual de pastiche estilístico, ya que contiene una parte histórica, otra sociológica y también un trabajo muy pulido en la construcción de personajes. Asimismo, el estilo narrativo me resultó elegante e incluso poético, aunque a veces el autor parece querer rizar el rizo y aplica metáforas excesivamente modernas en contextos en principio inapropiados – me pareció que chirriaba en algunos de estos momentos – o se recrea en ciertos acontecimientos algo más de lo necesario.

El libro se circunscribe dentro del debate sobre el “gender” (género) como algo opuesto al “sex” (sexo), con un personaje principal cuyos vaivenes, inquietudes, problemas y aventuras descansan sobre esos pilares en todo momento. Algunos párrafos del libro son tremendamente acertados, como cuando habla de las supuestas diferencias entre hombres y mujeres, y de cómo la interpretación de las mismas varía en función de la corriente de pensamiento vigente en cada década, tan mutables como los genes humanos. Existe todo un aparato crítico dentro de las universidades del mundo que investiga sobre el “gender”, su representación en la cultura y su presencia en la vida cotidiana, y este libro resulta sin duda un buen punto de partida para entender ciertos conceptos.

Narrativamente, creo que usa algún recurso muy visto (como la existencia de dos niveles narrativos desde el mismo comienzo casi de la ficción) pero realmente propone fragmentos de una inolvidable originalidad, donde aparece esa mezcla de espíritu inocente y contexto degradado (las escenas donde Cal o Calliope, personaje principal, decide escapar para trabajar en un club de striptease parten de algo manido y de casi mal gusto pero se convierten en las mejores de todo el libro, por su originalidad, tacto, y detallismo).

La construcción de personajes es impecable, rica y creíble, salvo en dos casos de personajes secundarios con poco peso en la ficción que sin venir a cuento resultan no ser quienes (o como) creíamos que eran. Aunque se quiera relacionar esa doble identidad de ambos personajes con la dualidad del personaje principal para normalizar lo anómalo, y como tal se pueda justificar, debería haberse engarzado mejor.

En resumen, creo que resulta una lectura muy interesante, con fragmentos realmente magníficos, y especialmente apetecible para todos aquello que se plantean dudas, que tiene curiosidad y que, por qué no, encuentran sus propias respuestas. Disculpas por la extensión, no sabía cómo resumir mi opinión en menos palabras. ¿Será que se me ha contagiado algo del escritor éste?

sábado, noviembre 18, 2006

Una Verdad Incómoda es incómoda de ver

Alarmados estamos en Galicia ante el cambio climático. Nunca antes nos habíamos paseado por la playa en bañador ni aventurado a remojarnos en el mar un 8 de noviembre. A 26 grados. Incluso los almendros volvían a florecer, y todo eso después de tres semanas lloviendo non-stop, lo cual había provocado el advenimiento de millones de setas de todo tipo en los lugares más insospechados (amanita muscaria por doquier en mi curro, por ejemplo, hello!) Todo suena muy dramático, pero es que lo es. El cinismo en su justa medida es sano, y sirve como arma protectora ante un montón de cosillas desagradables, pero a veces parece un arma de doble filo. Llegará el día en que nos asfixiaremos en nuestra propia ironía, aunque por ahora sólo forma parte de nuestro “kit esencial de supervivencia” al lado del MP3, el metro o los cubatas.

Yo tengo una amiga bióloga que cuando toca el tema me pone los pelos de punta, supongo que como a todos, y por eso mismo todos preferimos no pensar mucho en ello, ya que el rollo extinción de la raza no es lo que más te apetece tratar un sábado cualquiera, pongamos por caso, en un pub flanqueados por las notas imposibles de la Terremoto de Alcorcón, ¿o tal vez sí? Nos dedicamos a mover el cucu, brindamos, bailamos, nos enrollamos con alguien si surge y “pacasa”. Maravillosa inconsciencia.

El caso es que por mucho que neguemos el problema o lo ignoremos, más bien, el tema no hace sino empeorar. De repente, nuestra cartelera anuncia un documental que afronta el tema desde una perspectiva seria y al mismo tiempo comprensible para todos: Una Verdad Incómoda. No pude evitar ir al cine el día de su estreno. Estaba preocupado, jopetas. A todo esto, el timing del estreno, perfecto, en plena ola de calor de noviembre.

Lo primero que me sorprendió fue la cantidad de adultos que poblaban el cine, incluso jubilados, y me sentí mayor de lo que soy, incluso un poco carca. Un horror. Al poco rato, empezó la peli. No os desvelaré ningún secreto si os digo que alguna de las afirmaciones y predicciones que ofrece son realmente desalentadoras. No niego que sea un proyecto útil y hasta cierto punto bien llevado. Pero, por favor (con tres uves), ¿quién se cree Al Gore?

Pero empecemos por el principio. Al parecer, el documental es una translación cinematográfica de una conferencia que mister Al Gore, expresidente de los EEUU y excandidato demócrata, se ha empeñado en dar por los confines del universo poblado. El punto de partida, consecuentemente, me parece partidista como poco; no sé que hace este tipo como portavoz del movimiento ecologista. Es como si Paris Hilton se hiciera defensora de la lactancia materna, ¿no? Nada que ver. Y me diréis, Brigitte Bardot también defiende a las focas, pero ella lo hace desde que se puso oronda y redonda, lo cual tiene cierto pase. Por otro lado, el tono empleado es tan irritantemente paternalista, didactista (que no didáctico) e infantiloidemente buenrollista que provoca alergia. A veces da la sensación de que te toman por un parvulito, y no se puede subestimar al espectador de esa manera. Se supone además que este documental va dirigido a mentes pensantes que votan al partido demócrata, así que ¿por qué se nos trata este señor como a alumnos de primaria, con esos gráficos simples y discurso sin oraciones subordinadas? Misterios sin resolver.

Al mismo tiempo, eché de menos la mala leche de “Super Size Me” o la sutilidad e inteligencia de “Party Monster” y noté el abuso de la técnica de Michael Moore en todo momento, pero con menos talento. Una visión cuasiunívoca, machacona, y para rematarla, bastante pobre visualmente, con mucho soporte fotográfico e imágenes tomadas de la CNN (inaudita falta de medios, en mi opinión, y de espectacularidad).

En definitiva, que todo lo válido que ofrece el contenido del documental, donde conocemos datos alarmantes y bien seleccionados lo invalida hasta cierto punto una forma burda de presentarlo. Al Gore, no puedo con él, “candemor”. Me daba ganas de enchufarle un buen chorro de laca setentera llena de CFCs. Porque yo lo valgo.

domingo, noviembre 05, 2006

Get RID!

Quizás me doy mucha prisa al hablar de un grupo que descubrí anteayer (literalmente), y del que sólo he escuchado 4 canciones. No obstante, por lo poco que he escuchado, visto y leído, creo que su propuesta encaja perfectamente con nuestros gustos (ahora tercia hablar en plural).

Se trata de un dúo femenino llamado Robots in disguise. Se acaba de reeditar en el Reino Unido (su país de origen) su segundo disco Get RID!, que salió hace ya un par de años en Francia, Australia y los países de Benelux. Ellas se definen a medio camino entre Serge Gainsbourg, Chicks On Speed y Kraftwerk. Aunque es inevitable clasificarlas dentro del movimiento Riot Grrl, por lo mucho que nos recuerda su imagen trash y su mezcla de punk y synth-pop a unas claras exponentes como son Le Tigre, Peaches o las ya mencionadas, Chicks On Speed.

Dicen de sí mismas que homenajean con su imagen y actitud a dos iconos de la cultura pop como Bowie e Iggy Pop. Lo cierto es que uno de sus puntos fuertes es su puesta en escena (por lo que he podido leer y ver en sus videos), con sus saltos y piruetas, y donde alternan el uso de instrumentos clásicos como las guitarras con otros menos frecuentes, como el xilófono o la flauta dulce.

Para más información, se puede visitar su web oficial. Aunque yo recomiendo buscar sus videos en youtube, y dejarse enganchar por canciones como La nuit (en francés, y para un mercado donde son más conocidas), Turn it up (con una claro homenaje a David Bowie) o The Dj's got a Gun (una muestra de su vertiente más disco). La canción que más he escuchado en la radio es una versión del Girl you really got me de The Kinks, que ellas convierten en un recital de instrumentos musicales de juguete.

En fin, que os recomiendo Get RID! y nunca get rid of RID!

sábado, noviembre 04, 2006

Bienvenido Mr. Poderío

Se avecinan cambios.

Como otros han hecho antes, he decidido contar mis con amigos para escribir este blog. Con lo inconstante que soy, de seguir escribiendo sólo yo, caerían dos o tres entradas al mes, como mucho. Con más de una persona firmando, espero que el blog sea mucho más vivo, plural y, en definitiva, mejor.

Por ahora este blog ya tiene un segundo autor. Su nick, Poderío. Dejaré que él se presente a sí mismo, aunque ya se haya dado a conocer con los comentarios de las películas Yo soy la Juani e Hijos de los hombres.

Y para seguir introduciendo cambios, voy a poner cara a mi firma. Para eso, necesito publicar primero una foto en el blog. Sirva esto como justificación de la imagen que ilustra la entrada.

Los hijos de los hombres del Pre-Apocalipsis

Siempre me han fascinado esas etiquetas anglosajonas tan grandilocuentes, reflejo de una sociedad obsesionada con clasificarlo todo, desde la banalidad de los tipos de hamburguesa por su tamaño (small, regular, king size, super size), pasando por la música según su supuesto estilo (listas de éxitos rap, dance, pop, blues y un larguísimo etcétera) hasta llegar a disquisiciones sobre la evolución de la sociedad o la cultura (Modernismo, Postmodernismo, Era Postindustrial que se supone que es la actual, etc).

Lo cierto es que aunque en un principio esta actitud resulte ajena a nuestra manera peninsular de ver la realidad, mucho más pegada al detalle y menos dada a la teorización en abstracto; una vez observada, comprendida y asumida, resulta de gran utilidad para ganar un poco de perspectiva en casi cualquier tema. Y si no, fijaos en la cocina, que está tan de moda desde que alguien acuñó eso de “Nouvelle Cuisine” (ahora ya superpasadísimo). Se crearon etiquetas y entonces, incluso la sin par Bárbara Rey , gracias a esa orientación y a un chef que era el que en realidad lo freía todo, pudo presentar un programa de cocina en Canal 9 con éxito y dejar de enseñar muslamen para revolverlo al ajillo.
De repente, tú mismo comienzas a proponer etiquetas que pueden ayudarte a dividir la realidad en compartimentos más fácilmente asumibles. Véase sino, por ejemplo, las etiquetas sociales vinculadas a cierta ropa y maneras (un quillo, una juani, una pija, un macarra, un porrero, un cansino) o a otra ropa y otras maneras (maribollera, oso, musculoca, lercha, perracha, fistorra, y demás variantes psicotrónicas). Poco a poco parece que de tanto compartimentar ya tienes claro quién eres, cómo es lo que te rodea, a dónde vas, de donde vienes y por qué, por qué, por qué.

En esta pseudocerteza postindustrial me movía yo antes de meterme el otro día a ver esa película: Hijos de los hombres (Children of Men), la ultimísima propuesta de Alfonso Cuarón, al que sólo recordaba por una secuela del mago adolescente resabido ése que me produce un amable estado de grata somnolencia. A pesar de que el director no me decía nada, me adentré en el cine, yo, que siempre he sido muy de ciencia-ficciones, o ficciones científicas que dirán los puristas un poco petardos, esperando toparme, además de con la magnética presencia de Julianne Moore, con quizá el gélido glamour y buen pulso de Blade Runner, la dureza prosoviética de 1984, o la precisión acongojante y enigmática de 2001 Odisea en el espacio. Admito que exagero un poco, no esperaba tanta cosa, pero me ha servido para que sepáis que manejo adjetivos de alcance.

Me encontré con algo en parte inesperado. Desde luego, la película falla en varios aspectos, entre los que yo resaltaría la falta de tensión narrativa en algún momento, provocada por la infrautilización de efectos especiales, por el uso reducido de la música para acompañar a la acción y por el tono general, cercano al documentalismo. Añadiria también como demérito la falta de carisma de Clive Owen como sustentador de toda la trama o la falta de claridad con respecto a los motivos que la generan (no así los que la desarrollan, mejor trazados).

Sin embargo, al mismo tiempo, todos estos defectos curiosamente juegan a su favor. Por ejemplo, Clive Owen, que luce un rostro algo inexpresivo al principio, es definitivamente un antihéroe tristón y sobrepasado por lo que ocurre, desconfía, da pasos en falso, no tiene a qué agarrarse… y en parte creo que todo ello le sirve al espectador como espejo para identificarse con él.

Por su parte, la acción, en ese discurrir aparentemente documentalista que a veces genera cierto distanciamiento, se convierte debido a ello en casi preocupantemente reconocible. Por momentos incomoda esa tan posible sociedad degradada, violenta, masificada, ilógica y descontrolada. No es sino una proyección a 25 años vista de la sociedad actual en la que no se solucionan, sino que se recrudecen en progresión geométrica, problemas como la inmigración, la contaminación, el terrorismo, las desigualdades o las enfermedades masivas. Hay un detonante además que convierte a ese mundo en una pesadilla invivible, pero ese detalle no lo voy a desvelar.

La película también parte de una premisa muy original a la vez que plantea ciertos giros inesperados (entre los cuales la ausencia prematura de Julianne Moore me parece uno de los menos acertados) hasta convertirse en una especie de ejercicio de fe en el ser humano y en uno mismo frente a la adversidad.

No sé si habré explicado bien en qué consiste sin desvelar la trama, probablemente no del todo, pero no era mi intención contar la película. Resumiendo, lo que más me ha llamado la atención es ese discurrir desesperanzado de las gentes, la locura del maltrato a los inmigrantes, la mezcla onírica de naturaleza enferma y civilización podrida, el final del arte, y entre todo ese reguero de desechos una tenue, casi paradójica, esperanza. Todo esto lo consigue sin efectismos gratuitos, aunque dos o tres tampoco habrían sobrado.

No sé si lo que vemos es la sociedad postindustrial o más bien un mundo muy próximo a la extinción, pero en cualquier caso, creo que alerta a la gente de lo que puede ocurrir. No en vano desde que la fui a ver ya he oído que la pesca desaparecerá en 2048, que han llegado 500 inmigrantes a las costas españolas en dos días, que EEUU ha levantado un muro en la frontera con México y que hay otra película (ésta claramente documental) donde Al Gore muestra fotos de un Kilimanjaro a unos inquietantes 25 grados de temperatura. ¿Eso también es ficción? ¿Cómo la etiquetamos? Recomendación: después del cine toca una fiestuqui un poco alcohólica, un cafetín con los amigos, un concierto de música electro para gritar a gusto o una sesión doble de Gran Hermano 8. Y es que hay que relativizar, que al fin y al cabo aún estamos en 2006. Viva Ana Obregón. Viva Julio José Iglesias. Larga vida al pijerío cutrenacional.