Me ha parecido curioso el origen de la película 300, retorcido a más no poder. En primer lugar, se basa en un acontecimiento histórico de dimensiones legendarias, la batalla de las Termópilas, ya de por sí exagerado. Posteriormente, un cineasta llamado Rudolph Maté plasmó su visión de este acontecimiento histórico en El León de Esparta, que fue la fuente principal de la que bebió Frank Miller para desarrollar su cómic Los 300. A partir de ese cómic se ha confeccionado esta película.
La trama nos sitúa en la antigua Grecia, en un momento en que las ciudades estado deben organizarse para responder ante el empuje incontenible del Imperio Persa. La descoordinación entre las ciudades provoca que el rey de Esparta, Leónidas, se autoerija en salvador de la idea de democracia griega y dirija a sus 300 hombres más poderosos a detener a los persas, que se contaban por miles.
Desde el primer momento observamos cómo se mezclan la realidad y la fantasía en esta historia, con un despliegue visual rico aunque estrafalario, para trazar una visión eminentemente violenta, desnaturalizada y extrañamente actual de la batalla. Partiendo de la infancia de Leónidas, común a la de cualquier niño de Esparta, se nos desvelan datos sobrecogedores sobre la forma de gobierno de aquella polis. Enseguida entendemos que Esparta funciona como la centinela de Grecia y se enorgullece por ello. Su rey, Leónidas, no sigue las reglas del juego y responde a cualquier provocación con la independencia de un hombre libre y el fanatismo de un iluminado, equilibrio difícil de mantener.
La guerra en sí no tarda en desencadenarse, no sin antes mostrarnos a Leónidas como a un héroe (capaz de amar, de ganar, de derrotar a las supersticiones) que defiende su libertad y la de su pueblo. La batalla, exageradamente intensa, sangrienta, casi mítica, quizá se prolongue algo más de lo debido. De todos modos, esta película consigue relatar un hecho histórico importante sin aburrir al personal, lo cual tiene su puntillo didáctico.
Aún así, hay detalles en el desarrollo de la ficción que me parecen menos defendibles. Por un lado, el maniqueísmo campa a sus anchas durante todo el metraje, y en ningún momento se profundiza en los ideales de los persas, que no son sino enemigos con careta o demasiada barba, por supuesto mucho menos musculosos y atractivos que los espartanos. ¿Tendrá que venir Clint Eastwood a hacer su versión de la batalla desde el otro lado?
En este sentido, la representación de Xerxes, el rey persa, roza la ridiculización, pues es un gigante calvo enjoyado hasta las cejas, con piercings, las uñas largas pintadas y voz de drag-queen. Para mas inri, solicita que Leónidas le muestre sumisión y se arrodille… Por descontado, Leónidas no se someterá a sus órdenes, y se impondrá con sus heterodecentes ideales a los desviados persas.
Al mismo tiempo, las escenas de sexo que se contemplan en la película sólo otorgan papeles de sumisas a las mujeres de los espartanos, y si luego nos paramos a pensar en por qué van 300 tíos musculados tan felices a la batalla final, no deja de resultar un poco sospechoso. ¿Son masoquistas disfrazados de héroes? ¿Son tan heterodecentes como parecen?
Lo mejor de todo es que esta lectura no pasa desapercibida para casi nadie. Tampoco se nos olvida la frase “la sangre es el precio de la democracia”. Muy, muy actual.
V de Vendetta es muy superior a esta película e infinitamente más sutil.