viernes, julio 13, 2007

Tierno verano de lujurias y azoteas


Uso este título porque me parece muy sugerente. Creo que proviene de una peliculita olvidable con Gabino Diego y Marisa Paredes de los años 90, una película que ni he visto ni pienso ver para no sentirme decepcionado después de haberme creado falsas expectativas con el título.

De todos modos, a mí me encantaría que el verano siempre girase en torno a eso: las terracitas al sol o a la sombra con sus Martinis, Marlboro lights, gafas de sol y demás parafernalia estival mezclada con la playa y el océano, la ausencia de horarios, los rollitos de verano (que no tiene nada que ver con los rollitos de primavera, vaya por delante, aunque quizá sí con la salsa agridulce con la que te quedas una vez caducan) y quizá la brisa nocturna o los fuegos artificiales. Ya se sabe, el verano sirve para desconectar, pero si sólo desarrollas esa faceta social-super-total corres el peligro de engancharte a ese ritmillo y convertirte en una petarda insoportable...

¿Qué pasa luego, cuando llega septiembre? ¿Recuperas la anterior vida interior o la has perdido para siempre???? ¿Vuelves a notar que necesitas reflexionar, preocuparte, mantener relaciones profundas y densas, estudiar, leer a Proust, asistir a las reuniones de la comunidad o ver películas mudas? ¿Qué es exactamente eso de la vida interior? ¿La que hay en los centros comerciales?

Es difícil situarse en ese binomio alterado y resulta complicado simultanear con naturalidad ambas cosas cuando tiendes al extremismo. Yo o bien soy supersocial a la par que megasuperficial o bien soy antisocial al tiempo que sesudo y reconcentrado, y ahora mismo, no sé a qué carta quedarme.

Me voy a una terraza a ver si me da el aire y pienso un poco de paso.

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