viernes, diciembre 19, 2008

Rachel Getting Married


Tras una etapa poco inspirada, Jonathan Demme vuelve a dar en el clavo con lo que yo definiría como una película de madurez, basada en un sólido guión y con una puesta en escena original y efectiva que se aleja bastante de la narrativa cinematográfica más convencional para poner de relieve las emociones de los personajes sobre cualquier otro factor.

Como en cualquier película coral, resulta algo difícil ubicarse al principio, ya que todos los personajes se nos presentan casi al mismo tiempo en los preámbulos de una boda inminente que se celebrará en la casa familiar. Poco a poco, salen a relucir las miserias y las grandezas de cada uno de ellos, con sus envidias, zozobras, esperanzas y sueños por cumplir. De hecho, una reunión familiar de este tipo en una familia claramente desestructurada sirve como catalizador para que el espectador conozca poco a poco una inmensa red de conflictos falsamente silenciados, que se van haciendo cada vez más presentes a lo largo de la narración, hasta convertirse en el motor de la misma.

Los movimientos de cámara en mano, combinados con escenas grupales de duración excepcional y una selección musical muy original y apropiada, van construyendo un crescendo dramático de una intensidad inusual que deriva finalmente hacia una especie de catarsis colectiva que sería imposible sin el buen hacer de los actores y actrices, especialmente Rosemary Dewitt (desconocida hasta hace poco) y Anne Hathaway (que se aleja de sus cómodos personajes de comedia facilona).

Injustamente tratada por la taquilla, Rachel getting married ha sido para mí lo más destacado del año en cine, demostrando que Jonathan Demme es capaz de recuperar su buen pulso dramático y que rompiendo los convencionalismos (usando otros quizá procedentes del Dogma con buen tino) acierta de pleno.

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