Lo cierto es que aunque en un principio esta actitud resulte ajena a nuestra manera peninsular de ver la realidad, mucho más pegada al detalle y menos dada a la teorización en abstracto; una vez observada, comprendida y asumida, resulta de gran utilidad para ganar un poco de perspectiva en casi cualquier tema. Y si no, fijaos en la cocina, que está tan de moda desde que alguien acuñó eso de “Nouvelle Cuisine” (ahora ya superpasadísimo). Se crearon etiquetas y entonces, incluso la sin par Bárbara Rey , gracias a esa orientación y a un chef que era el que en realidad lo freía todo, pudo presentar un programa de cocina en Canal 9 con éxito y dejar de enseñar muslamen para revolverlo al ajillo.
De repente, tú mismo comienzas a proponer etiquetas que pueden ayudarte a dividir la realidad en compartimentos más fácilmente asumibles. Véase sino, por ejemplo, las etiquetas sociales vinculadas a cierta ropa y maneras (un quillo, una juani, una pija, un macarra, un porrero, un cansino) o a otra ropa y otras maneras (maribollera, oso, musculoca, lercha, perracha, fistorra, y demás variantes psicotrónicas). Poco a poco parece que de tanto compartimentar ya tienes claro quién eres, cómo es lo que te rodea, a dónde vas, de donde vienes y por qué, por qué, por qué.
En esta pseudocerteza postindustrial me movía yo antes de meterme el otro día a ver esa película: Hijos de los hombres (Children of Men), la ultimísima propuesta de Alfonso Cuarón, al que sólo recordaba por una secuela del mago adolescente resabido ése que me produce un amable estado de grata somnolencia. A pesar de que el director no me decía nada, me adentré en el cine, yo, que siempre he sido muy de ciencia-ficciones, o ficciones científicas que dirán los puristas un poco petardos, esperando toparme, además de con la magnética presencia de Julianne Moore, con quizá el gélido glamour y buen pulso de Blade Runner, la dureza prosoviética de 1984, o la precisión acongojante y enigmática de 2001 Odisea en el espacio. Admito que exagero un poco, no esperaba tanta cosa, pero me ha servido para que sepáis que manejo adjetivos de alcance.
Me encontré con algo en parte inesperado. Desde luego, la película falla en varios aspectos, entre los que yo resaltaría la falta de tensión narrativa en algún momento, provocada por la infrautilización de efectos especiales, por el uso reducido de la música para acompañar a la acción y por el tono general, cercano al documentalismo. Añadiria también como demérito la falta de carisma de Clive Owen como sustentador de toda la trama o la falta de claridad con respecto a los motivos que la generan (no así los que la desarrollan, mejor trazados).
Sin embargo, al mismo tiempo, todos estos defectos curiosamente juegan a su favor. Por ejemplo, Clive Owen, que luce un rostro algo inexpresivo al principio, es definitivamente un antihéroe tristón y sobrepasado por lo que ocurre, desconfía, da pasos en falso, no tiene a qué agarrarse… y en parte creo que todo ello le sirve al espectador como espejo para identificarse con él.
Por su parte, la acción, en ese discurrir aparentemente documentalista que a veces genera cierto distanciamiento, se convierte debido a ello en casi preocupantemente reconocible. Por momentos incomoda esa tan posible sociedad degradada, violenta, masificada, ilógica y descontrolada. No es sino una proyección a 25 años vista de la sociedad actual en la que no se solucionan, sino que se recrudecen en progresión geométrica, problemas como la inmigración, la contaminación, el terrorismo, las desigualdades o las enfermedades masivas. Hay un detonante además que convierte a ese mundo en una pesadilla invivible, pero ese detalle no lo voy a desvelar.
La película también parte de una premisa muy original a la vez que plantea ciertos giros inesperados (entre los cuales la ausencia prematura de Julianne Moore me parece uno de los menos acertados) hasta convertirse en una especie de ejercicio de fe en el ser humano y en uno mismo frente a la adversidad.
No sé si habré explicado bien en qué consiste sin desvelar la trama, probablemente no del todo, pero no era mi intención contar la película. Resumiendo, lo que más me ha llamado la atención es ese discurrir desesperanzado de las gentes, la locura del maltrato a los inmigrantes, la mezcla onírica de naturaleza enferma y civilización podrida, el final del arte, y entre todo ese reguero de desechos una tenue, casi paradójica, esperanza. Todo esto lo consigue sin efectismos gratuitos, aunque dos o tres tampoco habrían sobrado.
No sé si lo que vemos es la sociedad postindustrial o más bien un mundo muy próximo a la extinción, pero en cualquier caso, creo que alerta a la gente de lo que puede ocurrir. No en vano desde que la fui a ver ya he oído que la pesca desaparecerá en 2048, que han llegado 500 inmigrantes a las costas españolas en dos días, que EEUU ha levantado un muro en la frontera con México y que hay otra película (ésta claramente documental) donde Al Gore muestra fotos de un Kilimanjaro a unos inquietantes 25 grados de temperatura. ¿Eso también es ficción? ¿Cómo la etiquetamos? Recomendación: después del cine toca una fiestuqui un poco alcohólica, un cafetín con los amigos, un concierto de música electro para gritar a gusto o una sesión doble de Gran Hermano 8. Y es que hay que relativizar, que al fin y al cabo aún estamos en 2006. Viva Ana Obregón. Viva Julio José Iglesias. Larga vida al pijerío cutrenacional.
2 comentarios:
Suscribo la opinión de que Clive Owen es el hombre más bello del mundo. Qué grande que está en Closer...
Lo siento pero tiene cara de queso.
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