La última película de Todd Solondz ha llegado aquí muy tarde y sólo ha durado una semana en cartel, pero afortunadamente se ha programado en versión original, lo que le otorga mucho mayor interés. Comentaré algunos elementos de la trama porque creo que la mayoría de vosotros ya la habrá visto, y no desvelaré ningún secreto.
No soy un fan acérrimo de este director, aunque admito que siempre he sentido curiosidad por sus propuestas. Su opera prima, Bienvenido a la casa de muñecas, fue todo un descubrimiento, tanto de temática como de enfoque. Happiness, más retorcida y coral que la primera, me gustó menos. Sin embargo, hay que reconocer su originalidad de planteamientos y su valentía por presentar tramas arriesgadas. Todd Solonz, creedme, es un poco extraterrestre.
Ya desde el principio, es decir, desde el título, se hace una elección premeditada por lo diferente y peculiar, ya que los palíndromos son frases que se leen igual al derecho y al revés (como por ejemplo, “Ana lava lana”). Probablemente el número de palíndromos en una lengua no supere el centenar, así que en cierto modo se nos advierte de lo especial y poco convencional que será lo que luego veremos.
Aquí, en Palíndromos, nos sitúa de nuevo en uno de sus universos preferidos, el de la más tierna adolescencia femenina, a través de una chica llamada Aviva, que no ceja en su determinación por ser madre a pesar del estupor o el rechazo frontal que esto pueda provocar, ya que la chica no supera los trece años. No cabe duda de que este punto de partida supone llevar el típico juego de la ficción Solondziana un poco más allá de lo habitual, y que en principio puede resultar incluso subversivo, pero el tono con el que todo (o casi todo) está planteado dulcifica esa primera impresión.
Aviva ,cuyo nombre no deja de ser un palíndromo, ha decidido quedarse embarazada, y buscará apareamiento de mil formas distintas a lo largo del metraje, iniciando una especie de película de aventuras posmoderna. En su periplo entrará tanto un adolescente rubio raro como un hombre mayor del que (por supuesto) ella inadecuadamente se enamorará. Al fin y al cabo, Aviva lo ve todo con mucha naturalidad, y sólo quiere tener muchos bebés porque así se sentirá siempre querida, lógica aplastante de adolescente “paralela”.
Entre las etapas que encontrará en su viaje, hallaremos una especialmente kitsch en la que se aloja en una especia de hogar para niños friquis (la albina, la niña sin brazos, el asmático, el epiléptico) capitaneado por una matrona oronda y sonriente, toda bondad, llamada “mamá Sunshine”. Este momento me recordó a los dibujos animados de los 70, del tipo de Heidi y Banner y Flappi, donde se preconizaba esa especie de bondad contagiosa llevada al extremo que, efectivamente, sólo puede formar parte de la ficción más extravagante. Al mismo tiempo, la madre de Aviva, interpretada por una intensa Ellen Birkin, rezuma una maldad también muy peliculera, actuando de contrapunto a esa Julie Andrews avejentada y con kilos de más que es mamá Sunshine.
Otra de las peculiaridades de la película – la más llamativa, y que por eso he dejado para el final – es el manejo que se hace de la actriz principal y de uno de los secundarios. Aviva cambia con cada aventura, pero no sólo mentalmente, sino también físicamente. Su personaje está representado por siete u ocho actrices diferentes dependiendo de la toma, actrices que retoman el personaje para otra toma y luego lo vuelven a ceder para la siguiente. Aviva, entonces, deja de ser pelirroja y con aparato dental para convertirse en una inmensa negrata y luego es de nuevo blanca, pero esta vez gordita y de cejas pobladas. Este recurso nos confunde al principio, y sólo le veo justificación como paradigma de la libertad con lo que este cineasta plantea sus ficciones. Crea una manera nueva de narrar a un personaje, si se me permite la expresión, le otorga cierta carga de magia, de abstracción a la película, como tratando de decirnos que quizá no haya que tomarse este juego demasiado en serio, como intentando que nos distanciemos y aceptemos la aconvencionalidad del lenguaje y del contenido como ejercicios de estilo.
En cualquier caso, esta extravagancia fílmica destila talento, una grotesca creatividad, y momentos de impagable comedia en diálogos que mezclan la ironía, la inocencia y el descaro con maestría. En resumen, una película insólita para paladares entrenados. Y otro de los detalles que me gustan es que escoge a gente fea, incluso deforme, como parte del elenco actoral, algo que en Hollywood escasea y es sano, puesto que no impone modelos estéticos imposibles y ofrece sueños más realistas. Cualquiera puede ser la reina del mambo en una película de Todd Solondz, ¿me entendéis?
No soy un fan acérrimo de este director, aunque admito que siempre he sentido curiosidad por sus propuestas. Su opera prima, Bienvenido a la casa de muñecas, fue todo un descubrimiento, tanto de temática como de enfoque. Happiness, más retorcida y coral que la primera, me gustó menos. Sin embargo, hay que reconocer su originalidad de planteamientos y su valentía por presentar tramas arriesgadas. Todd Solonz, creedme, es un poco extraterrestre.
Ya desde el principio, es decir, desde el título, se hace una elección premeditada por lo diferente y peculiar, ya que los palíndromos son frases que se leen igual al derecho y al revés (como por ejemplo, “Ana lava lana”). Probablemente el número de palíndromos en una lengua no supere el centenar, así que en cierto modo se nos advierte de lo especial y poco convencional que será lo que luego veremos.
Aquí, en Palíndromos, nos sitúa de nuevo en uno de sus universos preferidos, el de la más tierna adolescencia femenina, a través de una chica llamada Aviva, que no ceja en su determinación por ser madre a pesar del estupor o el rechazo frontal que esto pueda provocar, ya que la chica no supera los trece años. No cabe duda de que este punto de partida supone llevar el típico juego de la ficción Solondziana un poco más allá de lo habitual, y que en principio puede resultar incluso subversivo, pero el tono con el que todo (o casi todo) está planteado dulcifica esa primera impresión.
Aviva ,cuyo nombre no deja de ser un palíndromo, ha decidido quedarse embarazada, y buscará apareamiento de mil formas distintas a lo largo del metraje, iniciando una especie de película de aventuras posmoderna. En su periplo entrará tanto un adolescente rubio raro como un hombre mayor del que (por supuesto) ella inadecuadamente se enamorará. Al fin y al cabo, Aviva lo ve todo con mucha naturalidad, y sólo quiere tener muchos bebés porque así se sentirá siempre querida, lógica aplastante de adolescente “paralela”.
Entre las etapas que encontrará en su viaje, hallaremos una especialmente kitsch en la que se aloja en una especia de hogar para niños friquis (la albina, la niña sin brazos, el asmático, el epiléptico) capitaneado por una matrona oronda y sonriente, toda bondad, llamada “mamá Sunshine”. Este momento me recordó a los dibujos animados de los 70, del tipo de Heidi y Banner y Flappi, donde se preconizaba esa especie de bondad contagiosa llevada al extremo que, efectivamente, sólo puede formar parte de la ficción más extravagante. Al mismo tiempo, la madre de Aviva, interpretada por una intensa Ellen Birkin, rezuma una maldad también muy peliculera, actuando de contrapunto a esa Julie Andrews avejentada y con kilos de más que es mamá Sunshine.
Otra de las peculiaridades de la película – la más llamativa, y que por eso he dejado para el final – es el manejo que se hace de la actriz principal y de uno de los secundarios. Aviva cambia con cada aventura, pero no sólo mentalmente, sino también físicamente. Su personaje está representado por siete u ocho actrices diferentes dependiendo de la toma, actrices que retoman el personaje para otra toma y luego lo vuelven a ceder para la siguiente. Aviva, entonces, deja de ser pelirroja y con aparato dental para convertirse en una inmensa negrata y luego es de nuevo blanca, pero esta vez gordita y de cejas pobladas. Este recurso nos confunde al principio, y sólo le veo justificación como paradigma de la libertad con lo que este cineasta plantea sus ficciones. Crea una manera nueva de narrar a un personaje, si se me permite la expresión, le otorga cierta carga de magia, de abstracción a la película, como tratando de decirnos que quizá no haya que tomarse este juego demasiado en serio, como intentando que nos distanciemos y aceptemos la aconvencionalidad del lenguaje y del contenido como ejercicios de estilo.
En cualquier caso, esta extravagancia fílmica destila talento, una grotesca creatividad, y momentos de impagable comedia en diálogos que mezclan la ironía, la inocencia y el descaro con maestría. En resumen, una película insólita para paladares entrenados. Y otro de los detalles que me gustan es que escoge a gente fea, incluso deforme, como parte del elenco actoral, algo que en Hollywood escasea y es sano, puesto que no impone modelos estéticos imposibles y ofrece sueños más realistas. Cualquiera puede ser la reina del mambo en una película de Todd Solondz, ¿me entendéis?
2 comentarios:
Interesante crítica, me ha picado la curiosidad por ver la película. Voy a descargarla, gracias.
Sólo quería decir una cosa, en cada lengua no hay sólo unos centenares de palíndromos como dices, en cada lengua hay millones y millones de palíndromos. Lo único que hace falta es recogerlos y elaborarlos. Mirando en Internet puedes encontrar la colección de más de 50.000 palíndromos de Carbajo.
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